Este verano, y van ya unos cuantos, estoy teniendo la
oportunidad de pasármelo viajando como un loco. Desde pequeño, mientras viajaba
en el asiento del copiloto, siempre me había llamado la atención el comandar yo
mismo la máquina, mi propia máquina. Pues bien, ya me saqué la espinita de la novedad
y a veces se convierte en un oficio tedioso, al que hay que mirarle el lado
bueno, como a todo en la vida.
Sacándole lecturas positivas a un trabajo en el que,
autovías rectilíneas sobre desiertos amarillos pueden hacer que el tiempo se
paralice, tienes ciertos privilegios con respecto al resto de los mortales: te
pones muy moreno (aunque sea sólo de un brazo), tienes una visión panorámica
del mundo, puedes mirar por encima del hombro a los que llevan un cochazo… son
muchas ventajas pero, como todo, también tiene algún pequeño inconveniente como
la monotonía o el sueño. Para combatir estas pequeñeces lo que a mi me funciona es mascar chicle,
echarme agua de colonia en la nuca y, sobre todo, dosis musicales en vena. Para
esto último, por supuesto, cada momento tiene su banda sonora. Aquí comparto unos cuantos momentos, que, entre fragancias de pino y olor a frenos, ambientan lo que ocurre en la cabina:
Cuando te pican los ojos porque
tienes que empezar a currar y aún no han abierto ni las calles…
Una buena mañana, puedes caminar en lugar de rodar…
Si el problema es que vas a Francia y no te gusta la
tortilla francesa, es cuestión de imaginación convertirla en tortilla “de la
casa”…
Además se descubre que el volante
puede usarse como instrumento de percusión si no tienes pa’un timbal…
No podrían faltar los clásicos que nunca mueren…
Y, por supuesto, el ansiado momento de subir los pies encima
del volante, abrirte una cervecita fría y despedirte hasta mañana…
Mención especial merece la programación de
Radio 3, esa gran radio pública del estado español, que resulta el compañero
inseparable de cabina y alegradora de momentos.
J. Abengoza

No hay nada como escuchar música al volante
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